miércoles, diciembre 10, 2008

La Visitación

Por relación del embajador del cielo San Gabriel conoció María Santísima cómo su deuda Isabel (que se tenía por estéril) había concebido un hijo, y que ya estaba en el sexto mes de su preñado.
En esta misma visión y en otras conoció también la divina Reina
el agrado y beneplácito del Señor en que fuese a visitar a su deuda
Isabel, para que ella y su hijo que tenía en el vientre quedasen santificados
con la presencia de su Reparador; porque disponía Su Majestad
estrenar los efectos de su venida al mundo y sus merecimientos en su
mismo Precursor, comunicándole el corriente de su divina gracia, con
que fuese como fruto temporáneo y anticipado de la redención humana.
Levantándose en aquellos días (dice el texto sagrado) María
Santísima, caminó con mucha diligencia a las montañas y ciudad de
Judea.
Este levantarse nuestra divina Reina y Señora no fue sólo disponerse
exteriormente y partir de Nazareth a su jornada., porque también
significa el movimiento de su espíritu, y voluntad con que por el
divino impulso y mandato se levantó interiormente de aquel humilde
retiro y lugar que con su mismo concepto y estimación tenía.
Dejando, pues, la casa de sus padres, y olvidando su pueblo, tomaron
el camino los castos esposos María y José, y le enderezaron a
casa de Zacarías, en las montañas de Judea, que distaban veintisiete
leguas de Nazareth, y gran parte de él era áspero y fragoso para tan
delicada y tierna doncella. Toda la comodidad para tan desigual trabajo
era un humilde jumentillo, en que comenzó y prosiguió el viaje.
Y aunque iba destinado sólo para su alivio y servicio, pero la más humilde
y modesta de las criaturas se apeaba de él muchas veces, y rogaba
a su esposo José partiesen el trabajo y comodidad, y que fuese el
santo con algún alivio, sirviéndose para esto de la bestezuela. Nunca
lo admitió el esposo, y por condescender en algo con los ruegos de la
divina Señora, consentía, que algunos ratos fuese con él a pie, mientras
le parecía lo podía sufrir su delicadeza, sin fatigarse demasiado. Y
luego con grande decoro y reverencia le pedía no rehusase el admitir
aquel pequeño alivio, y la Reina celestial obedecía, prosiguiendo a
caballo lo restante.
Con estas humildes competencias continuaban sus jornadas María
Santísima y José; y en ellas distribuían el tiempo, sin dejar ocioso
sólo un punto. Caminaban en soledad, sin compañía de criaturas humanas;
pero asistíanlos en todo los mil ángeles que guardaban el lecho
de Salomón.
Miraba la divina Princesa a su esposo, y discurriendo con su
prudencia se le representó que naturalmente era forzoso venir a manifestarse
su preñado sin podérselo ocultar. No sabía entonces la gran
Señora el modo con que Dios gobernaría este sacramento; pero aunque
no había recibido orden ni mandato suyo para que le ocultase, su
divina prudencia y discreción la enseñaron cuán bueno era absconderle
como sacramento grande y el mayor de todos los misterios: y así
le tuvo oculto y secreto sin hablar palabra de él con su esposo, ni en
esta ocasión, ni antes en la anunciación del ángel, ni después en los
cuidados que adelante diremos, cuando llegó el caso de conocer el
santo José el preñado.
Prosiguiendo sus jornadas, llegaron María Santísima y José su
esposo el cuarto día a la ciudad de Judá, que era donde vivían Isabel y
Zacarías. Y este era el nombre propio y particular de aquel lugar, donde
a la sazón vivían los padres de San Juan, y así lo especificó el
evangelista San Lucas, llamándolo Judá; aunque los expositores del
Evangelio comúnmente han creído que este nombre no era propio de
la ciudad donde vivían Isabel y Zacarías, sino común de aquella provincia,
que se llamaba Judá o Judea; como también por esto se llamaban
montañas de Judea aquellos montes que de la parte austral de
Jerusalén corren hacia el Mediodía. Pero lo que a mí se me ha mani
festado es que la ciudad se llamaba Judá, y que el Evangelista la nombró
por su propio nombre; aunque los Doctores y expositores han entendido
por el nombre de Judá la provincia adonde pertenecía. Y la
razón de esto ha resultado de que aquella ciudad que se llamaba Judá
se arruinó por dos años después de la muerte de Cristo Señor nuestro,
y como los expositores no alcanzaron la memoria de tal ciudad, entendieron
que San Lucas por nombre Judá había dicho la provincia y
no el lugar; y de aquí ha resultado la variedad de opiniones sobre cuál
era la ciudad donde sucedió la visitación de María Santísima a Santa
Isabel.
Distaba esta ciudad veintisiete leguas de Nazareth, y de Jerusalén
dos leguas poco más o menos, hacia la parte donde tiene su principio
el torrente Sorec en las montañas de Judea. Y después del nacimiento
de San Juan, y despedidos María Santísima y José para volverse a Nazareth,
tuvo Santa Isabel una revelación divina que amenazaba de
próximo una gran ruina y calamidad para los niños de Belén y su comarca.
Y aunque esta revelación fue con esta generalidad, sin más
claridad ni especificación, movió a la madre de San Juan para que con
Zacarías su marido se retirase a Hebrón, que estaba ocho leguas poco
más o menos de Jerusalén, y así lo hicieron; porque eran ricos y nobles,
y no sólo en Judá y en Hebrón, pero en otros lugares tenían casas
y hacienda. Y cuando María Santísima y José, huyendo de Herodes, se
fueron peregrinando a Egipto, algunos meses después de la Natividad
del Verbo y más de la del Bautista, entonces Santa Isabel y Zacarías
estaban en Hebrón; y Zacarías murió cuatro meses después que nació
Cristo Señor nuestro, que serían diez después del nacimiento de su
hijo San Juan. Esto me parece suficiente ahora para declarar esta duda;
y que la casa de la visitación ni fue en Jerusalén, ni en Belén, ni en
Hebrón, sino en la ciudad que se llamaba Judá.
A esta ciudad de Judá y casa de Zacarías llegaron María Santísima
y José. Y para prevenirla se adelantó algunos pasos al santo Esposo;
y llamando saludó a los moradores, diciendo: El Señor sea con
vosotros y llene vuestras almas de su divina gracia. Estaba ya preveni
da Santa Isabel; porque el mismo Señor le había revelado que María
de Nazareth, su deuda, partía a visitarla; aunque sólo había conocido
por esta visión cómo la divina Señora era muy agradable en los ojos
del Altísimo; pero el misterio de ser Madre de Dios no se le había
revelado hasta que las dos se saludaron a salas. Pero salió luego Isabel
con algunos de su familia a recibir a María Santísima; la cual previno
en la salutación (como más humilde y menor en años) a su prima, y la
dijo: El Señor sea con vos, prima y carísima mía. El mismo Señor
(respondió Isabel) os premie el haber venido a darme este consuelo.
Con esta salutación subieron a la casa de Zacarías, y retirándose las
dos primas a solas, sucedió lo que diré.
La Madre de la gracia saludó de nuevo a su deuda, y la dijo: Dios
te salve, prima y carísima mía, y su divina luz te comunique gracia y
vida. Con esta voz de María Santísima quedó Santa Isabel llena del
Espíritu Santo, y tan iluminado su interior, que, en un instante conoció
altísimos misterios y sacramentos. Estos efectos y los que sintió al
mimo tiempo el niño Juan en el vientre de su madre, resultaron de la
presencia del Verbo humanado en el tálamo de María; donde, sirviéndose
de su voz como de instrumento, comenzó a usar de la potestad
que le dio el Padre Eterno, para salvar y justificar las almas como su
Reparador. Y como la ejecutaba como hombre, estando en el mismo
vientre virginal aquel cuerpecito de ocho días concebido (cosa maravillosa),
se puso en forma y postura humilde de orar y pedir al Padre;
y oró y pidió la justificación de su Precursor futuro, y la alcanzó de la
Santísima Trinidad.
Esto precedió a la salutación y voz de María Santísima. Y al
pronunciar la divina Señora las palabras referidas, miró Dios al niño
en el vientre de Santa Isabel, y le dio uso de razón perfectísimo, ilustrándole
con especiales auxilios de la divina luz, para que se preparase,
conociendo el bien que la hacían. Con esta disposición fue
santificado del pecado original y constituido hijo adoptivo del Señor y
lleno del Espíritu Santo con abundantísima gracia y plenitud de dones
y virtudes; y sus potencias quedaron santificadas, sujetas y subordina
das a la razón, con que se cumplió lo que había dicho el ángel San
Gabriel a Zacarías: que su hijo sería lleno del Espíritu Santo desde el
vientre de su madre. Al mismo tiempo el dichoso niño desde su lugar
vio al Verbo encarnado, sirviéndole como de vidriera las paredes de la
caverna uteral y de cristales purísimos el tálamo de las virgíneas entrañas
de María Santísima, y adoró puesto de rodillas a su Redentor y
Criador. Y éste fue el movimiento y júbilo que su madre Santa Isabel
reconoció y sintió en su infante y en su vientre.
Conoció Santa Isabel al mismo tiempo el misterio de la Encarnación,
la encarnación de su hijo, propio, y el fin y sacramentos de esta
nueva maravilla. Conoció también la pureza virginal y dignidad de
María Santísima. Y en aquella ocasión, estando la Reina toda absorta
en la visión de estos misterios y de la Divinidad que los obraba, quedó
toda divinizada y llena de luz y claridad de las dotes que participaba; y
Santa Isabel la vio con esta majestad, y como por viril purísimo vio al
Verbo humanado en el tálamo virginal, como en una litera de encendido
y animado cristal. De todos estos admirables efectos fue instrumento
eficaz la voz de María Santísima, que entonó el cántico del
Magnificat, que refiere San Lucas, y dijo: Magnífica mi alma al Señor,
y mi espíritu se alegró en Dios, que es mi salud: porque atendió a
la humildad de su sierva, y por eso todas las generaciones me dirán
bienaventurada. Porque, el Poderoso hizo conmigo grandes cosas, y su
santo nombre y su misericordia se extenderá de generación en generaciones
para los que le temen. En su brazo manifestó su potencia: destruyó
a los soberbios con, el espíritu de su corazón. Derribó a los poderosos
de su silla, y levantó a los humildes. A los que tenían hambre
llenó de bienes, y dejó vacíos a los que estaban ricos. Recibió a su
siervo Israel, y se acordó de su misericordia, como lo dijo a nuestros
padres Abraham, y su generación por todos los siglos.
Como Santa Isabel fue la primera que oyó este dulce cántico de
la boca de María Santísima, así también fue la primera que le entendió,
y con su infusa Inteligencia le comentó.

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